La historia de Andalucia está jalonada de batallas, mezclas ricas de todas las culturas y lugares extraordinarios que no solo atraen al turismo rural sino a lo largo de la historia a todo tipo de civilizaciones.
Historia antigua de Andalucia
Historia Antigua
Podríamos decir que los fenicios fueron los primeros turistas que llegaron a Andalucia, y lo hicieron para quedarse unos cuantos siglos, sobre todo con mentalidad mercantil, más que colonizadora como era habitual en este pueblo de mercaderes. Llegaron en el siglo IX antes de Cristo y fundaron numerosos puestos de comercio en lugares estratégicos y puertos naturales de la costa, que a la postre se convertirían en importantes ciudades del Mediterráneo. Influidos por esta primera colonización fenicia, de acuerdo con fuentes bíblicas y griegas que han sido confirmadas por los yacimientos arqueológicos, entre los años 1000 y 500 antes de Cristo los indígenas cultivaron un primer estado tal y como consideramos los estados hoy día, que se llamó Tartessos, una monarquía en toda regla regida por una sociedad clasista que escribían y araban . Por otra parte, se sabe que hubo un intento de penetración de los griegos, que también disponían de ricos enclaves en las costas del este de la península ibérica, Cataluña y Valencia. Intentaron penetrar hacia el estrecho de Gibraltar pero sin éxito. Sin embargo, ha aparecido algún resto que seguramente se debe al intercambio y al comercio, más que a una campaña de éxito colonizadora. Al final de los días de esta civilización, se daría un uso a estas ciudades más bélico que comercial, en las guerras entre los fenicios y los romanos.
Romanización de Andalucía
Andalucía comienza a romanizarse tras la segunda guerra púnica cuando algunas colonias se expanden hacia el interior del territorio. Impulsados por los visigodos muchos se vieron obligados a volver a África a través del estrecho de Gibraltar. Más tarde, las luchas internas de éstos permitieron a los bizantinos ocupar la zona sur de la Bética durante setenta años (Siglo VI). Estas mismas luchas internas visigodas, unidas al auge del expansionismo musulmán, posibilitaron la entrada en la Península de os musulmanes, que bajo el mando de Tariq y Müsa demolieron el estado visigodo.
El dominio musulmán de Andalucía: Al Andalus
Tras la victoria del Guadalete (711), se produjo un avance sin tregua que hizo que en siete años un nuevo pueblo de «turistas»los musulmanes consiguieran dominar toda la península. Estos se quedaron casi 9 siglos y dejaron su impronta en la historia de Andalucia hasta en el nombre de Andalucia, donde la población invasora era más numerosa que al norte de Sierra Morena, fue el centro de la Hispania musulmana. El propio nombre “Andalucia” deriva del de Al-Andalus, nombre que los musulmanes aplicaban a la zona de la Península que dominaban. Durante el primer periodo Al Andalus dependió del gobernador de Qayrawan, pero la caída de califato omeya en oriente trajo como consecuencia la independencia de Al Andalus de la mano del primer emir y último vástago de los omeyas. Pero el verdadero organizador del emirato fue Abderraman ll, creador de un complejo sistema administrativo y judicial. Esta organización se mantuvo hasta el reinado de su hijo Abderram III, quien en 929 adoptó el título de califa. Durante estos dos últimos períodos, la vida económica, basada en la agricultura y la ganadería, alcanzó un gran desarrollo. La industria minera continuó la tradición romana (oro, plata, hierro, mercurio y cobre); la artesanal se centró en la manufactura de objetos suntuosos: orfebrería, cordobanes, peletería; la textil, adquirió un gran desarrollo (lana y algodón), y hacia el siglo IX aparecieron las industrias del papel y el cristal. El esplendor de Al-Andalus se puso de manifiesto en la intensa actividad cultural y científica, con hombres y obras de gran relieve.
La primera capital andaluza, el emirato y califato de Córdoba
En el siglo XI muere Almanzor y el califato entra en desintegración que dio lugar a los reinos de taifas que se formaron tras la desaparición de Hisám III, y cuya debilidad e insolidaridad hizo posible las invasiones almorávides entre 1.091 y 1.146 y posteriormente la almohade, llegadas del norte de África. Ya a mediados del siglo XIII, los reinos cristianos habían conquistado toda la baja Andalucia, obligando a los musulmanes a refugiarse en el reino nazarí de Granada, último bastión musulmán en la Península que subsistió hasta 1492, dando lugar a una última etapa de florecimiento de la cultura musulmana, con su máximo ejemplo en la Alhambra de Granada, a los pies de Sierra Nevada, una de las más bellas realizaciones de este período. La perduración del enclave nazarí en la Península se debió en parte a la tolerancia de los castellanos, interesados en conservar las parias pagadas por los reyes de Granada, ya que ésta era la vía de entrada en Castilla del oro de Sudán. En Al-Andalus se forjó una civilización peculiar donde se fundieron tres culturas (islámica, hebrea y cristiana, ésta a través de los mozárabes), que consiguieron durante un largo período una simbiosis y unas influencias mutuas considerables, logrando la convivencia de las tres grandes religiones del mundo occidental, al que transmitieron gran parte del saber clásico y oriental.
Reconquista de Andalucía y repoblación
La repoblación andaluza presentó dos etapas:
- La primera, inmediatamente después de la conquista de la región entre 1.224 y 1.228 por Femando III, se caracterizó por el asentamiento de la población en parte de la cuenca del Guadalquivir y las zonas montañosas de su curso alto.
- En la segunda, tras la rebelión de 1.263, reinando Alfonso el Sabio, se repobló Andalucia occidental y las comarcas béticas donde había permanecido hasta entonces la población musulmana en calidad de tributaria. En las dos etapas, la mayor parte de las tierras fueron adjudicadas a las órdenes militares de Calatrava, Santiago y Alcántara, así como a la mitra arzobispal de Toledo. La repoblación de estos territorios cedidos a las órdenes o a otros particulares se produjo de forma lenta. Su carácter rural y la escasez de medios materiales por parte de los señores hizo privar el latifundio, con todas sus consecuencias, sobre la base de un régimen de grandes propiedades ya existentes entre los musulmanes, el del machar o cortijo. Como estos territorios de jurisdicción señorial ocupaban más de la mitad del suelo, imprimieron a la repoblación de Andalucia un sello fuertemente aristocrático.
Los Moriscos de Andalucía
Tras la conquista de Granada (1.481-1.492) por los Reyes Católicos, se garantizó a los musulmanes sometidos su seguridad personal y la de sus bienes, así como la libertad para la práctica de su religión, pero estas capitulaciones fueron olvidadas y se forzaron conversiones en masa, provocando graves conflictos sociales y levantamientos a lo largo siglo XVI. El libro sobre los moriscos la Mano de Fátima de Idelfonso Falcones relata las sublevaciones de los moriscos y como finalmente fueron expulsados de España, uno de los episodios más vergonzosos de la historia de Andalucía.
Las sublevaciones de la Alpujarra de Granada
Consecuencia de las sublevaciones fue la deportación de los moriscos (musulmanes convertidos a la fuerza) granadinos a otras regiones españolas. Finalmente, en 1.609, durante el reinado de Felipe III, se ordenó su expulsión de toda la Península (concentrados mayoritariamente en la Corona de Aragón, en Andalucia sólo quedaban 80 000). La drástica medida era la confesión del fracaso de la política de asimilación y, al mismo tiempo, el desenlace de un pleito secular entre el estado y una minoría rebelde.
El monopolio del comercio entre Andalucía y América
La expulsión de los moriscos de la Península no afectó sobremanera a Andalucia, no sólo por la escasez de su número en esos momentos, sino sobre todo porque la economía andaluza estaba viviendo ya la euforia del negocio colonial americano. Desde 1543 en que se estableció el Consulado del comercio de Sevilla, ésta se convirtió en el puerto de salida, y sobre todo de llegada, de toda la producción de oro y plata de América. Todas las relaciones comerciales, no sólo de los mercaderes, sino Incluso de la Corona, se establecían a través de la Casa de contratación establecida en Sevilla. Si bien es claro que el oro y la plata llegados de América no pasaban mucho tiempo en España. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo había eclosionado un movimiento liberal-urbano, ligado a la aparición abonada de una burguesía industrial-comercial. Así, Cádiz fue sede de las cortes en 1810-1813; en la zona se produjo la insurrección de Riego (1820); Málaga y Granada con el episodio de Mariana Pineda fueron escenario de importantes luchas. A la vez la industrialización se inició en la minería de la zona de Granada y Almería, y en Málaga fracasaron varios intentos en competencia con vascos y catalanes. Algo que no se repetiría posteriormente en la historia de Andalucía.
Andalucia en el siglo XIX
En Andalucia tuvo lugar en el siglo XIX el nacimiento de una burguesía y un proletariado. La distribución ge la propiedad de la tierra en Andalucía a fines del siglo XVIII y principios del XIX aparecía repartida entre la Iglesia (manos muertas), la corona (tierras de realengo) y la nobleza (señoríos), como principales propietarios. Existía además un cuarto propietario de tipo corporativo, el municipio (tierras comunales). La transformación del régimen de propiedad de la tierra dio lugar a la formación de una burguesía rural, constituida por los colonos que ostentaban los grandes arrendamientos eclesiásticos o señoriales, los «nuevos ricos» especuladores de tierras en venta, y las viejas familias nobles que lograron conservar todo o parte del patrimonio jurisdiccional o territorial, ahora convertido en propiedad privada. El resultado fue, aparte de una mayor concentración de la propiedad, la formación de dos tipos de burguesía campesina: la procedente del Antiguo régimen y la que surgió procedente del comercio, la industria y la especulación. Sus trayectorias económicas se mantuvieron diferenciadas hasta 1868 (la inquietud social de los campos andaluces hizo temer a la burguesía por su propia seguridad, creándose entre los grandes propietarios un clima de temor que favoreció sobremanera el secular absentismo de la zona), en que intereses políticos y económicos convergieron con intereses de clase, quedando configurada la burguesía andaluza que legó el siglo XIX. El auge de esta burguesía agraria no sólo vino impuesto por unas transformaciones jurídicas y económicas; vino refrendado también por el proceso político que lo enmarcó y que supuso un traspaso de poder a una burguesía configurada como clase, lo que le permitió mantenerse sobrepasando las posibilidades de las coyunturas económicas. El proceso de re-estructuración social impuesto acabó por definir el sistema agrario andaluz. El problema por excelencia de Andalucia fue, y es, el de la tierra.
Alrededor de la tierra gira toda la problemática social del siglo XIX y gran parte el siglo XX. De los tres momentos de transformación del régimen de propiedad de la tierra en Andalucia en el paso del Antiguo régimen al nuevo, el de mayor interés para la historia social en su doble aspecto de proletarización y lucha de clases, fue el marcado por la disolución del régimen señorial. Por ello, cuando a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se iniciaron los intentos de reversión de al unos señoríos a la corona, el pueblo andaluz conoció las primeras posibilidades de transformación. Este proceso se aceleró en el siglo XIX; finalmente el decreto de disolución del régimen señorial llegó en 1837. Pero, a partir de esta fecha, los «pleitos de señorío» se fueron fallando de forma favorable al señor del lugar. El campo andaluz conoció entonces la primera gran oleada de agitaciones campesinas (ocupaciones de tierras y quemas de cosechas). A partir de la desamortización y hasta 1845 los pueblos andaluces mantuvieron las agitaciones, siendo necesaria en algunos casos la intervención del ejército. Aparecieron las primeras manifestaciones de acción directa (talas de árboles, incendios, muerte de ganado, secuestros de propietarios), al mismo tiempo que estas masas de campesinos pasaban a integrarse en los grupos políticos de oposición, confiando en la solución política del problema. La desamortización civil de 1855 representó la última posibilidad real de los pequeños propietarios, de los colonos y de los trabajadores agrícolas; y de nuevo esta posibilidad se vio frustrada al mismo tiempo que se jalonaba de conatos revolucionarios (sublevación campesina de Sevilla de 1854, insurrección de Loja en Granada, dirigida por Pérez del Álamo en 1861), condenados unánimemente por los partidos políticos de izquierda. Así, pues, agotadas las soluciones legales, inoperante el reformismo político de la burguesía progresista y vencidos los intentos de la revuelta armada, todo ello unido al fracaso de la revolución de 1868, el campo andaluz cayó de lleno en el espontaneísmo utópico predicado por el anarquismo que encarnaba los anhelos milenarios de los campesinos, que acabaron por reconocerse en su lenguaje, especialmente notables fueron los episodios jerezanos en tomo a los desheredados y la Mano Negra, que culminaron en el asalto a la ciudad en 1892. Desde entonces ningún grupo obrero revolucionario andaluz prestaría su concurso a la lucha política como solución a su eterno problema, hasta febrero de 1936, en que la C.N.T., anarquista y heredera de sus reivindicaciones, dio orden de votar para constituir el Frente Popular.
El siglo XX en Andalucia
A pesar de esos movimientos sociales, la situación, al proclamarse la segunda república (1931), continuaba siendo la misma. Algunos sectores obreros, influidos por el ejemplo de la revolución rusa, propugnaron la colectivización agraria (trienio bolchevique: 1918-1920), pero la gran masa de los anarquistas andaluces siguió fiel al viejo objetivo del reparto de la tierra y encontró insuficiente y poco satisfactoria a reforma agraria de la segunda república (1932). Consecuencia de ello fue el alzamiento de campesinos anarquistas de Casas Viejas (Cádiz, 1933) y su sangrienta represión por el gobierno republicano ,algo inaudito para la historia de Andalucía de aquella época. El alzamiento franquista (1936) triunfó inicialmente en la mayor parte de las provincias latifundistas andaluzas (Sevilla, Córdoba, Huelva, Granada) y la guerra y la posguerra fueron especialmente duras para el campo, que en los años cuarenta sufrió un progresivo deterioro, debido a su enorme descapitalización, de modo que numerosos campesinos se vieron obligados a emigrar (País Vasco, Cataluña, Madrid, Francia, Alemania). La emigración de los años cincuenta y sesenta vació la campiña andaluza, para producirse cierto fenómeno contrario vuelta a su núcleo de origen, se produjo a partir de mediados de los setenta, debido a la fuerte crisis que hirió los tradicionales polos industria es españoles.
Con las primeras elecciones generales, el 15 de junio de 1977, la reivindicación de la autonomía, unánime para todos los partidos, cristalizó en el régimen provisional y en la constitución de la primera Junta de Andalucía. Tras las elecciones generales de 1979, la junta y su presidente reivindicaron una autonomía plena, y para tal fin se redactó el estatuto de Carmona. El gobierno central de Adolfo Suárez se manifestó en contra de tal alternativa, pero los sucesivos referéndums (28 febr. 1980 y 21 oct. 1981) lograron un estatuto de amplias competencias. Finalmente, en mayo de 1982 se celebraron las primeras elecciones al parlamento andaluz.
Por Jose Granada